miércoles, 16 de julio de 2014

Senderos de Hierro, buen artículo del diario Ideal

Artículo del diario Ideal 2014


Puente del Hacho. Senderos de hierro



El puente ferroviario más largo de España ‘pide’ un lugar en la historia tras un siglo sobre el río Guadahortuna

Es un islote de ingeniería decimonónica europea en el centro de las tierras áridas del sur, una obra que ya forma parte del paisaje y la memoria de los caminos hacia el interior ibérico

Por Juan Enrique Gómez y Merche S. Calle / IDEAL - Waste Magazine

Ya no quedan raíles sobre las traviesas del puente que, desde hace 116 años, une los dos extremos bajo los que discurre el barranco del río Guadahortuna y conecta las lindes entre Granada y Jaén. El viaducto del Hacho, la obra encargada al estudio de Gustave Eiffel en 1886 y que aún conserva el título de ser el más largo de la red ferroviaria española, mantiene sus estructuras como testigo de lo que se podría considerar una segunda Edad del Hierro, en la que este metal, en el siglo XIX, se convertía en el elemento básico para las comunicaciones y la evolución de los pueblos, y que en la actualidad forman parte del patrimonio industrial, artístico, e incluso paisajístico, de espacios geográficos que se vertebraron y desarrollaron gracias a esas estructuras que parecían surgidas del infierno al haber sido modeladas a base de tierra y fuego. (...)




(..)Ahora se han cumplido 40 años desde que el último tren circuló sobre sus vías para enlazar Almería con Linares-Baeza desde la estación de Guadahortuna-Alamedilla, y aún está a la espera del reconocimiento final de su papel en la historia de una región para la que el tren era casi la única vía de acceso y escape, además de su posición como parte inseparable ya de un paisaje de monte bajo y secano, de riberas que recogen las aguas de las sierras de Jaén y los barrancos granadinos que desde Montejícar vierten sus aguas hacia la cuenca del Guadiana Menor. Para los habitantes de la frontera de los Montes Orientales con tierras jienenses, la estructura del puente de hierro es tan familiar y propia que no conciben el paisaje del río y del Barranco de la Camella sin la impresionante estructura metálica que lo cruza desde hace más de un siglo y que trajo hasta estas tierras lo mejor de la ingeniería decimonónica del centro de Europa.

Magnitud

Para conocer el puente del Hacho hay que ir expresamente hasta el lugar donde se construyó en la década de los ochenta del siglo XIX, entre 1889 y 1898. Solo pasan por allí quienes se dirigen hacia Alamedilla o a Guadahortuna, pero observar la magnitud del viaducto y percibir las sensaciones que trasmiten sus gruesas vigas remachadas es una experiencia que compensa el esfuerzo y la lejanía. La mejor forma de llegar es desde Guadahortuna. A 10 kilómetros de esta localidad, el trazado del puente se marca con su color negro en el horizonte. No parece algo especial hasta que la carretera se sitúa bajo sus pilares. La sensación es de inmensidad. Las vías pasan a 50 metros de altura del río, soportadas por 11 pilares de los que siete, los más grandes, son metálicos y cuatro de piedra, uno en la parte granadina y tres en la ladera hacia Jaén. Todo ello para forman un viaducto de 624 metros de longitud. Una obra de ingeniería que empezaba a construirse en el mismo momento en que se terminaba la famosa Torre Eiffel de París, y por los mismos diseñadores y constructores que el monumento francés, y con idénticos elementos constructivos.

El profesor de Ferrocarriles de la Escuela Superior de Ingenieros de Caminos de la Universidad de Granada, Francisco J. Calvo Poyo, señala que el puente del Hacho es el doble de grande que la Torre Eiffel: «Si pusiésemos la torre tumbada junto al puente veríamos que solo cubriría la mitad del recorrido de la estructura ferroviaria», y que al margen de consideraciones artísticas e históricas, se deberían tener en cuenta factores como que los constructores de la torre tenían las fábricas de material y los elementos para construir al lado de la obra que realizaban, mientras que en Granada, todos los elementos tuvieron que ser transportados desde sus fábricas, en su mayoría en Francia y Bélgica, para ser utilizados y ensamblados en un lugar alejado de carreteras, puertos y todo tipo de accesos, datos que cambian por completo la valoración que podría tenerse de este puente como una obra más de las muchas que se construyeron entre el final del XIX y la primera mitad del siglo XX.

Se puede acceder a la parte superior del puente y contemplar su calzada de gruesas chapas de hierro (algunas de ellas expoliadas para ser vendidas como chatarra) y observar el valle del Guadahortuna desde la altura por la que durante décadas circularon los trenes entre Almería y el centro de la península, y que aún lo hacen por el puente de hormigón que en paralelo se inauguró en 1974 y firmó la hasta ahora conmutada sentencia de muerte del Hacho.

Se llega desde el camino de acceso a la estación de Guadahortuna-Alhamedilla, una remozada estación ferroviaria, aún en uso, que conserva su imagen tradicional, nostálgica y alegórica de largos viajes, despedidas y encuentros. Las marcas de las viejas vías llevan hasta el inicio del puente, que no debe cruzarse por la falta de medidas de seguridad, aunque solo un viejo cartel oxidado advierte del peligro, pero que trae a la mente imágenes que el profesor Manuel Titos, narró en IDEAL en 2008 en un artículo en el que reivindicaba la protección y puesta en valor del viaducto, que tituló ‘Un grito desde el puente’: «Decían que se podía pasear por debajo de la vía, circulando por un nivel inferior que iba de punta a punta. Que había balcones para refugiarse por si venia el tren. Que por el interior de las pilastras había escaleras por las que se podía bajar hasta el río. Que al final del puente la vía se la tragaba un túnel que terminaba cerca de Jaén. El misterio de un túnel al final del un puente...».

El Hacho mantiene las traviesas ajadas, agrietadas, sin vías que sostener, las planchas oxidadas, pero es el hermano mayor de la red de senderos de hierro que surcan los paisajes de la península Ibérica y que, en muchos casos, han sido puestos en valor como lo que en realidad son, elementos para la comunicación entre los pueblos. Contemplar los pilares del Hacho aún trasmite una sensación de camino, de conexión imaginaria entre el norte y el sur.

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