Frecuentemente el origen de los pueblos se pierde en la noche oscura de los tiempos. Es el caso de Guadahortuna, del que existe una carta de Isabel la Católica a Alonso Enríquez, corregidor de la ciudad de Granada, fechada el 10 de marzo, en la que se dice que «atendiendo su petición para poblar Guadahortuna al ser este paso muy yermo y peligroso para los caminantes, por estar ésta en gran traviesa de caminos que van de toda Castilla para el Reino de Granada, hay mucha necesidad de poblar para que esta tierra esté segura… así veáis el sitio y el lugar mas conveniente...»
La fundación tuvo lugar, por tanto, entre 1503 y 1505, siendo el momento cumbre el 9 de marzo de 1504, fecha en la que Alonso Enríquez en persona nombra a los miembros del primer Concejo de la Villa, con Juan Serrano como alcalde Mayor. Y para que el poblamiento nuevo tuviese éxito, se tomaron medidas como la exención de alcábalas durante diez años, “dando a las personas que vinieren a vivir solares para hacer casas y tierras para poner viñas, huertas y dehesas», según otro escrito de la reina.
En compañía de la alcaldesa, Josefa Caballero, pude admirar algunos de lo monumentos que posee esta noble villa, entre ellos la iglesia parroquial de Santa María la Mayor del siglo XVI de estilo renacentista, cuya impresionante fachada sigue el modelo expuesto magistralmente en la Puerta del Perdón de la Catedral de Granada. Tiene también un imponente artesonado mudéjar en su interior que no pude ver pese a la insistencia de la alcaldesa a los clérigos para que nos permitieran la visita. Nunca terminará de sorprenderme cualquier actitud encaminada a esconder al visitante joyas arquitectónicas que han impregnado la historia de los pueblos. Alguien debería acabar con este despropósito.
Pero vayamos con la leyenda. Dicen que los grandes amores del puente ferroviario más bello de España son Alamedilla y Guadahortuna; Alamedilla porque siempre ha estado atenta a su futuro incierto y Guadahortuna porque está en su territorio administrativo y ha llevado muchos carros de remolacha a la estación inmediata. Todo el mundo sabe la historia del Puente del Hacho, icono de la modernidad del siglo XIX, pero muy pocos conocen algo que ocurrió durante su construcción.
Corría el año 1886 cuando comenzaron las obras del puente sobre el río Guadahortuna jamás soñado por ingenio alguno. Estaba en marcha una maquinaria que daría trabajo de forma directa a cientos de personas durante su construcción a lo largo de casi una década, originándose un gran bullicio en el poblado de los alrededores de la estación Alamedilla- Guadahortuna, que permaneció en la zona hasta la década de los años cincuenta, en que las condiciones de vida, endurecidas por una feroz postguerra, provocaron en el Oriente andaluz uno de los mayores éxodos de emigración de la historia moderna.
–Si esta noche no viene a la cita, otro gallo le cantará a esa niñata.
–Pero Jaime... no fuerces la situación; hay muchas mujeres que estarían por tus huesos.
–¡No Antonio, si Macarena no es para mi, no es para nadie!
Los dos compadres hablaban mientras amasaban el hormigón para los cimientos de la fabrica destinada a soportar los pilares de hierro del nuevo puente.
–Le he mandado recado para que esta noche nos veamos en la obra de boca del túnel. Allí no nos molestarán y podremos hablar de nuestro futuro.
Macarena, una gitana de ojos verdes y pelo oscuro, estaba enamorada de Juan, uno de los trabajadores que colocaban las vigas de hierro y que había llegado a Guadahortuna procedente de Baza buscando trabajo. Lo malo era que ella había estado tonteando anteriormente con Jaime y hasta que no llegó Juan, también de raza gitana, no supo que ese era el amor de su vida.
Pasaron los días y la indiferencia que mostraba Macarena con Jaime provocó que aumentara el rencor de este hacia Juan. En varias ocasiones se vieron las caras en la obra, provocando que el encargado los amonestara en más de una ocasión.
La noche llegó y Jaime esperó en el lugar convenido, en el túnel que se estaba abriendo para conectar las vías del tren con la provincia de Jaén. Macarena llegó a la hora indicada pues tenia que aclarar la situación con Jaime y dejar bien claro que su verdadero amor era Juan. Pero Jaime no era de los que se dan por vencidos y menos en cuestión de mujeres, así que tras el encuentro la cosa fue a más y en un momento determinado la navaja brilló en la oscura noche, llenándose de sangre y de odio. Ella cayó en los brazos de Jaime herida de muerte en el mismo momento en que el vigilante llegaba al lugar. Los vio abrazados como dos amantes que se juraban amor eterno y con una sonrisa en la boca dio continuó su ronda sin sospechar la tragedia que se estaba consumando a pocos metros de él.
Jaime, consciente de su error y sabedor de las posibles consecuencias que podía tener su acción – nada más ni nada menos que el garrote vil– pensó cómo podía salir de aquel trance y no se le ocurrió otra cosa que hacer desaparecer a la muchacha gitana en los cimientos de las pilastras de las torres que se estaban construyendo.
Al día siguiente su compadre le preguntó cómo le había ido con Macarena.
–No se presentó la muy… Seguro que estuvo toda la noche con su nuevo novio, el gitano de Baza… ¡Pero eso a mi ya me da igual!
Jaime continuó echando hormigón al encofrado de los cimientos de las pilastras, pero al darse la vuelta una mano azulada surgió de entre el hormigón como si emergiera pidiendo justicia. El compadre creyó ver un fantasma y llamó a Jaime a gritos.
–¿Cómo has podido hacerlo?
–Calla y ayúdame a tapar la mano o ¿es que quieres que me ahorquen?
Los dos amigos volvieron a a meter la mano en el hormigón creyendo que no los veía nadie, pero desde lo alto de la tercera torre del puente, Juan observaba todo y aun sin estar seguro de lo que escondían los compadres, pronto sabría en qué juego macabro estaban ambos.
Esa mañana no se presentó su amada como era costumbre para llevarle la capacha de comida. Pasaron los días y de Macarena nadie sabía nada, excepto Juan, que intentó explicar a los mandamases de la obra que Macarena estaba oculta en los cimientos de la torre, asesinada por Jaime. No solo no le hicieron caso, sino que lo tomaron por un loco.
Pasó un mes desde aquel trágico suceso y una mañana, cuando los obreros iban a comenzar su dura jornada, un insólito hecho acaparó la atención de todos. Un hombre colgaba del cuello en la viga mas alta de la tercera torre. Era Jaime.
Todas las miradas se posaron en Juan, quien sin decir nada en su defensa fue hecho preso y conducido a la Real Chancillería, donde se le condenó a la máxima pena.
Después de aquello el compadre de Jaime, asqueado por su comportamiento y lleno de remordimientos, se alisto en el ejercito destinado en Cuba. Allí murió de un tiro en la cabeza poco después de que se inaugurara el Puente del Hacho el 22 marzo de 1898.
Dicen los más viejos del lugar que en las noches sin luna, dos siluetas pasean cogidas de la mano por la vía del puente que marcó sus destinos.